sábado, 24 de diciembre de 2011
Bondad y egoísmo
Sabemos por experiencia que muchas veces la bondad es un disfraz del egoísmo más salvaje y falaz. Bastaría recordar a Rousseau, el mayor apologista moderno de la bondad, quien metió a sus cinco hijos en orfanatos. O, sin ir más lejos, evocar a una poeta argentina muy reconocida, que además es mi hermana, quien alegremente abandonó a su madre enferma y a sus hijos mientras firmaba una solicitada pública donde se consideraba que cierta reacción armada israelí contra los palestinos (seiscientos niños degollados) había resultado "excesiva". La bondad es un concepto relativo. Si se lo aplica a la literatura es nefasto. Es imposible escribir buenos libros a partir de buenos sentimientos. Pero hay otro asunto a considerar y es el sano egoísmo que se oculta detrás de todo acto bondadoso. Hay un goce en la Madre Teresa y en los altruístas en general. Hay algo no especialmente impoluto y angélico en los gestos solidarios. Eso es bien sabido desde Freud hasta acá. Contribuir a la felicidad de los demás significa, de paso, contribuir a nuestra propia felicidad. Porque aunque seamos seres egoístas e incluso violentos hay un punto donde necesitamos sí o sí de los demás. Esa necesidad no debería ser vista como una humillación o una flaqueza sino como una fuente de alegría o garantía de plenitud vital. La bondad, en fin, es una forma refinada pero válida de la inteligencia más exquisita.
L.
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