miércoles, 28 de diciembre de 2011

Un gato raro


Hace tiempo que no veía a mi gato por la casa. Grusswillis andaba por los techos buscando siamesas fáciles o incluso difíciles. Hace un mes o dos reapareció, sin embargo, pegando un salto gigante desde la terraza vecina. Cuando lo vi así, tan viejo, solo y anticuado, medio caído, pensé que debía hacer algo para alegrarlo de inmediato. Si todos lo hacen por qué no él. Le compré entonces un blackberry, una pantalla plana LG con Animal Chanel encendido las 24 horas, le armé un perfil en Facebook y hasta improvisé una dirección en Twitter (@willis) que nunca usó para que se relacione con los gatos del Botánico. Hay un montón y están aburridos. Pero nada. Alguien debe haber influido en mi gato porque se buscó un rincón bajo una planta y leyó como si estuviera enfermo. Me pareció el colmo. Se puso con cuidado unos pequeños lentes que trajo no sé de dónde. Se estiró cuán largo es en el suelo, bostezó un poco y se dio a pasar las páginas de Rayuela, una novela larga donde los gatos están ausentes. Ni siquiera agarró con sus patitas torpes Moby-Dick, de Melville, donde al menos se habla de ballenas. No se interesó por libros de animales. Leyó La mujer justa, de Sandor Marai, Conceptos fundamentales de Martin Heidegger, Trabajar cansa, de Pavese, y cosas por el estilo. Inútil fue que le comprara audífonos adaptados para que escuchara un poco de Cat Radio. Grusswillis se resistió a mis planes con alma de felino. Ahora se metió en seminarios organizados por Gatúbela en Ciudad Gótica y canta temas de Tom Waits en lugar de ocuparse del track/urinary o tomar agua del platito. Ya ni me mira. Está tan concentrado en esas páginas incomprensibles, raras, que hasta lo envidio. Yo perdiendo mi tiempo en este blog, en las redes sociales, en cualquier estupidez, y mi gato leyendo como si no existiera nada mejor en el mundo que hacer.
L.

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