viernes, 23 de diciembre de 2011

El gran circo


Pessoa advirtió que no sólo hablamos convencionalmente, o sea, como habla todo el mundo. También sentimos de un modo artificial, es decir, como se supone que siente o debe sentir todo el mundo. De ahí la repetición hasta el hartazgo de palabras absurdas y diplomáticas como felices fiestas, feliz navidad y año nuevo, te deseo lo mejor, felicidades para vos y los tuyos y otras más obvias aún. No creemos en ellas al decirlas. No nos creen al escucharlas. Pero son aceptadas porque todos las dicen y todos, también, son perfectamente capaces de simular bien al igual que nosotros. No está mal. También digo esas frases cuando sospecho que debo decirlas. Pero acá, en este blog donde se intenta decir al menos una verdad entre cien mentiras de plástico o papel, una verdad aunque resulte obscena y brutal para las damas y caballeros del salón vip, no nos tomamos en serio el espíritu navideño o tilcareño. Podemos armar el arbolito, podemos hacer regalos bonitos, dar besos aún en caras desconocidas y arrugadas, y hasta sacar cien o doscientas fotos con la digital para luego colgarlas, para no decir archivarlas, en nuestro perfil de Facebook. Sabemos que esto pasará no en horas sino en instantes. Pero aún sabiendo eso nos sumamos al gran circo porque, en el fondo, queremos salir cuanto antes de esa carpa poblada de raros equilibristas. Salir, sí, rumbo a una playa tranquila y alejada, quitarnos la ropa y las máscaras, entrar al mar, desear y ser deseados como corresponde, ese tipo de cosas divinas y excepcionales, situaciones que no responden a ninguna convención pero sin las cuales, admitamos, sería difícil o acaso imposible vivir.
L.

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