La gente se emociona demasiado cuando se acerca fin de año. Se emociona hasta las lágrimas. Recibo todo tipo de mensajes electrónicos y masivos plagados de lugares comunes donde se renuevan votos de esperanza ambigua, se ponen fotos de flores, duendes y amor plastificado, se hacen llamados a la concordia y al acto misterioso de mirar siempre hacia adelante. De pronto parece que reinara en todas partes la bondad, los lindos deseos, la vibración energética, los balances emocionados, el recuerdo de que la vida es hermosa, la prosa de autoayuda, la felicidad en grajeas bien controladas. Cuando alguien se emborracha en una fiesta y trata de levantarse a una chica diciéndole frases de apariencia romántica las mujeres de Colombia suelen decir que ese alguien "se puso trascendente". Se trata, insisto, de un borracho que ni siquiera está en condiciones de pasar una noche digna con alguna de las damas abordadas. Pero el fenómeno de la trascendencia es general y gana cada vez más adeptos. Lamento no participar de la hipocresía convertida en sistema de vida. En fin de año voy a brindar feliz y contento como todos pero sólo eso. Luego miraré el cielo estrellado, como lo miro siempre, a la espera de ver la caída de una estrella fugaz. Y si el fenómeno acontece, claro, pensaré los tres deseos de costumbre. Y eso será todo en la noche larga y fugaz del 31.
L.
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