lunes, 19 de diciembre de 2011

Navegando sobre un junco

Acabo de leer una detallada biografía de Bodhirarma, llamado Da Mó en la antigua China, un hombre de abundantes cejas y barba, cargado de misterio y leyenda. De él se dice que fue capaz de atravesar un lago acostado sobre un junco. Avanzó ayudado apenas por la brisa. Me da cosa hablar de ésto. Tengo miedo de ser tildado de budista (no lo soy aunque podría serlo), esotérico, hippie tardío o algo así. Seré, por eso mismo, breve. Da Mó llegó al templo de Shaolin desde la India dispuesto a difundir el budismo zen. Meditó nueve años en la montaña y lo hizo hasta dejar impresa su sombra en una cueva. Tuvo que arrancarse los párpados para no quedarse dormido. Vivió aislado durante más de tres mil días. En el silencio, además de cultivar su espíritu, observó con ojo clínico a los animales. Sus conclusiones se expandieron luego a los monjes shaolin. Sin sufrimiento no hay aprendizaje. Hay que avanzar a saltos y mediante un trabajo continuo. Se debe fortalecer el qi (pronunciar chi), ese flujo de energía que en instancias superiores hace que los maestros rompan lanzas con la cabeza, soporten patadas en los testículos o partan ladrillos con los dedos. Se trata de una rutina que aspira a la perfección técnica y, en resumen, todo me parece muy bien...salvo aquello de las patadas en los testículos.
L.

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