martes, 5 de junio de 2012

La sinceridad



Hice una rápida encuesta entre mis alumnas de periodismo usando para ello una conocida pregunta del cuestionario Proust. Les pregunté qué valores apreciaban más en un hombre con vistas a elegirlo como objeto de su amor. Las respuestas fueron sorprendentes. Las jóvenes no pidieron que el chico en cuestión fuera lindo o inteligente. No exigieron que tuviera un buen desempeño en la cama. Ni siquiera les importó que el varón tuviera auto, dinero y una buena herencia. Puede ser que alguna lo haya pensado pero al menos no lo dijo en voz alta. La preocupación de todas y cada una se concentró en que el hombre sea sincero, es decir, que diga siempre la verdad, es decir, que no las engañe, es decir, que lo que diga se corresponda plenamente con sus actos. Me limité a decirles que se preguntaran a ellas mismas si estaban dotadas de la virtud reclamada. Les dije también que pedían un imposible. La condición humana excluye la sinceridad total y completa. Excluye eso que algunos llaman con razón sincericidio. Y que, en un punto, es una suerte que así sea.
L.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario