El amor es la invención más perfecta de la raza humana. Eso no se discute por más que en ocasiones, o siempre, termine mal o incluso muy mal. En las reuniones sociales casi no se habla de otra cosa. La discografía completa de Maná gira y gira sobre la cuestión. No hay novela, canción, película, poema, foto o drama teatral donde no aparezcan besos, caricias y cosas aún más impactantes. Las pruebas son concluyentes. Platón habla de amor hasta cansarse en El banquete. Y Hesíodo, en su Teogonía, lo concibe como el primerísimo de todos los dioses. Por una razón o por otra el amor puede ser visto como una creación tan prodigiosa como en su momento lo fueron la rueda, el fuego y la brújula. Pero hay otro asunto a considerar. Por mejor que sea un vínculo amoroso no salva a sus integrantes en ningún sentido. Lo único que salva verdaderamente, si es que la salvación existe, es que cada hombre y cada mujer desarrolle un proyecto personal, algo propio, una producción, en fin, una balsa muy firme y personal que sobreviva a todos los tsunamis y mundiales. Los que apuestan al amor como salvavidas excluyente se hunden sin remedio. ¿Ejemplo? Romeo y Julieta. Y no es el único.
L.
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