John Cheever (1912-1982) tenía un plan de escritura que invariablemente propuso a los alumnos durante su breve y accidentado paso por la Iowa University. Lo primero que pedía el autor era la escritura de un diario que abarcase una semana y en el que aparecieran registradas todas las experiencias. Sentimientos, sueños, orgasmos, ajustadas descripciones de la ropa holgada que estaba de moda y de los colores de las botellas vacías o por vaciar. El segundo paso consistía en la escritura de un cuento en el que siete personas o paisajes que aparentemente no tuvieran nada que ver aparecieran inevitable y profundamente relacionados entre sí. El tercer paso -su preferido- consistía en redactar una carta de amor como si se la estuviera escribiendo desde un edificio en llamas. "Es un ejercicio que nunca falla", aseguraba. Habría que probar.
L.
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