Bogotá Colombia su ruta. Otra vez maldito despertador a las cuatro y cinco, el taxi de Yuri a las cinco y seis, los dedos duros y ateridos en la mañana, el aeropuerto sin alma y marcando la nueva separación. Todo sin novedad en la veteada calle. Sin novedad de veras y silencio completo en la mesa del bar. Caminata demorada hasta la sala de embarque, los besos de coger, como entre nosotros les decimos, esos que merecerían otro ámbito en la mañana fría, las bromas de rigor, no me engañes, no te engañes, saludar con la mano infantil desde el costado, sí, en el primer piso, hasta que la figura sutil desaparece, repentinamente así, como apareció años atrás, con jean y la blusa desabrochada justo ahí. Todavía entonces las bocas no se habían probado, y todavía estaba todo por pasar, ya claro sin discos de vinilo, alejados para siempre los días de guerra, evocando el envío a punto de las fotos explícitas, las fantasías de rigor, la espera, la consumación en cuatro actos. Pero ahora otra vez la despedida, chau, hasta un reencuentro posible e imposible. Porque es invierno en el corazón y las aves del paraíso han volado lejos. Y en un rato el estadio a pleno, y no se trata ahora de filosofar sino de mantener, de la mejor manera, el control estricto de la pelota y el destino.
L.
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