No hacen falta tramas novelescas para escribir. Importa el estilo. Importa el sonido. Importa el contenido que se desliza bajo los puentes de la forma. Ni siquiera importa demasiado la psicología de los personajes. Importa el ritmo, la reescritura constante del recuerdo, saber que nunca vemos las cosas por primera vez sino siempre la segunda. El que no entienda ya entenderá. Si le interesa. No hay ninguna relación idílica con el pasado. Eso es de viejos con alma de viejos. Se empieza por el puro presente. Lo contemporáneo. Lo documental que a la vez desprecia a los hechos. No hay nada en los hechos sino en el alma oculta de los acontecimientos. Crear un mundo simbólico y estilísticamente cerrado. Importa más la buena simulación que la mera reproducción. Evitar lo superfluo. Lo ideal sería alcanzar un estilo descarnado, sin adornos, ágil y claro, mesurado, despojado, sustancial, monótono. La buena prosa debería ser leída con los ojos como quien mira un cuadro o un paisaje. Hay que pulir. Reescribir. La meta es prepararse con calma para convertirse en cristal. El arte no es un producto natural. El arte requiere un trabajo arduo, una maceración del espíritu, una entrega mayor que la sexual. El esfuerzo vale la pena. Hay premio al final.
L.
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