Hubo fusiladores que a último momento bajaron las armas o directamente se negaron a disparar. No todos los torturadores cumplieron las órdenes recibidas del alto comando. En todo tiempo y lugar no faltaron nunca los que dudaron, los que dieron un paso atrás, los que prefirieron morir antes de ser cómplices de masacres y genocidios. Pensé en esto al leer, recién, una noticia breve y alentadora que me devuelve la confianza si no en la humanidad al menos en una parte de ella. Lo que leí es lo siguiente. Cuarenta y tres soldados y oficiales de una unidad de inteligencia de élite del ejército israelí escribieron una carta de protesta dirigida al primer ministro Benjamín Netanyahu. Dejaron clara ahí su negativa rotunda a seguir siendo parte de los abusos y ataques sistemáticos contra el pueblo palestino como se les ordenó. Los firmantes de la carta dijeron que ellos no eran nazis ni pensaban serlo. Dijeron que tampoco iban a usar los métodos habituales de la Stasi, en referencia a la ex policía secreta de Alemania del Este. Dignidad. La palabra no está de moda. Pero a veces vuelve a oírse de manera inesperada.
L.
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