martes, 9 de septiembre de 2014
El mal absoluto
Los poderes imperiales que dominan militar, cultural, política y económicamente al resto del mundo han logrado instaurar en gran parte de la opinión pública la idea virtuosa del mal absoluto, el terrorismo, la barbarie pura y básica. Se trata de una idea simple y de ningún modo novedosa en la historia de la humanidad. Al contrario. Ha sido tan utilizada y tan funcional a los sectores dominantes que ni siquiera es necesario analizarla en detalle. Lo que ayer fue el comunismo aún en sus versiones más sombrías y extravagantes, lo que luego fue Sadam Husein en Irak y posteriormente Osama Bin Laden, adquiere hoy en Ciudad Gótica nuevas encarnaciones de hombres malos y naciones malas cuya estigmatización puede favorecer en estos días todo tipo de injerencias foráneas, caídas de gobiernos no alineados con los buenos, multiplicadas muertes de población civil, destrucción paulatina del mundo conocido y aún desconocido. La demonización inespecífica siempre ha sido funcional a los intereses estratégicos del poder global. Algo parecido ocurre en el plano de las relaciones personales, sexuales, amorosas y amistosas. También en este campo suele hacerse la siempre eficaz división entre gente tóxica y gente como uno o gente de bien. En uno y otro campo los resultados de esta visión binaria y simplona suelen ser siempre desastrosos. Pero eso se sabe después, o sea, cuando ya es tarde. Y como el gran público suele estar ocupado mirando pantallas de diversos tamaños son pocos los que perciben la ingeniosa trampa en la que han caído. Admitamos que si existe algo llamado mal absoluto también debe existir la contraparte, es decir, el bien absoluto. En este último caso sólo restaría saber quién, qué o quiénes lo representan mejor.
L.
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