No hay nada más difícil que vivir la vida en estado de presencia. A todos nos cuesta entregarnos en cuerpo y alma al instante que es todos los instantes. Prestamos la cara, hablamos del tiempo, sonreímos, le decimos gracias a la cajera del supermercado. Pero no estamos ni ahí ni en ninguna parte. Pasamos los días en estado de pasiva suspensión. Buscamos algo indefinido en las pantallas, en nuestros sueños, en viejas anotaciones de la agenda o en fotos que ya no sirven ni para recordar. ¿Por qué será que cuesta tanto estar acá? Y si nos fuimos a otro lado, ¿en dónde queda exactamente ese lugar?
L.
L.
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