domingo, 7 de septiembre de 2014
La intérprete
La Malinche, amante de Cortés, es el símbolo de la traición y la entrega del continente americano a los poderes foráneos. El personaje sin embargo es más complejo de lo que parece. Es verdad que esa mujer se dio voluntariamente al conquistador. Pero conviene no olvidar que este último la abandonó cuando ella dejó de serle útil. El pueblo mexicano tiene razones para no perdonarla. Ella encarna lo abierto, lo chingado, frente a los indios estoicos, impasibles, cerrados. La historia empieza, como se sabe, cuando Cortés buscó a una intérprete con la cual, de paso, holgar como se llamaba entonces a la prostitución o violación encubierta. Es entendible que la Malinche, Malintzin o doña Marina, como la llamaban los españoles, encarne de algún modo la negación de los valores autóctonos y la sumisión servil a la cultura y al poder de los europeos. Es cierto que la conquista de México hubiera sido imposible sin ella (o cualquier otra que hubiera desempeñado su papel), y que, por lo tanto, fue responsable de lo que ocurrió. Pero también podría vérsela como el símbolo del mestizaje entre culturas. Dicho de otro modo. La Malinche glorificó la mezcla en detrimento de la pureza azteca o española. Ella no se sometió simplemente al otro sino que adoptó la ideología del invasor y la utilizó para entender mejor su propia cultura. ¿Fue la Malinche genial, cómplice, traidora imperdonable? Habrá que pensarlo.
L.
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