Está creciendo en la Argentina la idea de encarar los problemas de delincuencia y pobreza mediante una lluvia torrencial de balas, construcción de nuevas cárceles, cámaras instaladas en todos los rincones, también en los baños, y un aumento nunca visto en la comarca del número de policías. Uno en cada esquina, en cada casa, en cada cama. Qué lindo futuro. Qué hermosa perspectiva. Linchamientos contra niños o casi, justicia por mano propia, crecimiento desmedido del sistema punitivo en todas sus formas. Es inútil argumentar que ese camino ya fue usado en el mundo entero con resultados desastrosos. Más inútil es recordar que en las cárceles argentinas de hoy se tortura a los detenidos con picana eléctrica. Y todavía más inútil es acudir al lugar común según el cual la mano dura y recontradura no ha bajado en ningún lado el porcentaje de delitos. Lo que busca la opinión pública y mediática es venganza pura y simple. Ríos de sangre. Montañas de muertos. Rejas hasta en las ventanas del alma. Y no mucho más. En los países nórdicos se ha combatido exitosamente el problema con inclusión social, escuelas y hospitales para todos, redistribución justa de la riqueza, educación pública de calidad. En los países nórdicos las cárceles están casi vacías y allí existe el menor número de policías por habitante del mundo. Pero en la Argentina las únicas plegarias atendidas son las de los asesinos de traje, corbata y poder de fuego. Escribo esto sin esperanzas. Pero aun así lo escribo. Hay que volver al no matarás.
L.
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