miércoles, 10 de septiembre de 2014

Tiburones

Me sorprendí hace poco al conocer, mediante un  impresionante documental que vi en televisión, la increíble historia de Karl Williams, reconocido experto en el comportamiento de animales marinos. Este científico ejemplar y sacrificado ha dedicado la vida a demostrar con su propia carne una utopía maravillosa: los tiburones no atacan al hombre, los tiburones son buenos, los tiburones a veces están tristes y lo menos que podemos hacer es comprenderlos. Todavía no alcanzo a concebir por qué me interesó tanto la epopeya de ese caballero audaz. Parece que un día fue en un barco a la costa australiana, infestada de tiburones limón, y se arrojó al agua con traje de buzo para probar la solidez de su plan. La mala suerte quiso que entre los limones se filtrara un tiburón blanco, el peor de todos, que mordió al hombre en la pierna izquierda dejándole ahí un hueco imposible de llenar. Sin rendirse, y a partir de ese episodio obviamente desagradable, el imbatible Williams retomó, inspirado en una supuesta enseñanza de Aristóteles, la conocida tesis sobre lo accesorio y lo esencial. En una conferencia magistral brindada en el aula magna de la Universidad de Michigan dijo que lo que le pasó fue un accidente y que, en esencia, los tiburones carecen de motivos reales para atacar a los humanos. Para establecer de una vez por todas que esto es efectivamente así el hombre volvió al océano, sumergiéndose esta vez sin traje de buzo en medio de una multitud de tiburones tigre, peligrosos pero no tan agrios como los tiburones limón. Todo iba más o menos bien hasta que dos de estos últimos se trenzaron en una pelea feroz. El frenético movimiento agitó las aguas más de lo debido, oscureció la visibilidad general con arenas oscuras del fondo y aumentó el nivel de estrés de los escualos. Para colmo de infortunios una morena –delicado pez de las profundidades- fue a posarse sobre el muslo derecho del científico, algo que confundió definitivamente a un tiburón de otra especie que andaba de paso por ahí. Resultado: una segunda mordedura, esta vez en la pierna derecha, mutiló a Williams para siempre. Ni hablar de cómo terminó la morena. El hombre volvió al barco sangrando, ya sin sus piernas, pero con la esperanza intacta. No pude seguir siendo testigo de una acción tan sangrienta e insensata y apagué el televisor.
L. 

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