martes, 9 de septiembre de 2014
Vivir o soñar
¿Un cuento sobre la soledad? No. ¿Un cuento sobre animales azules? Tampoco. ¿Un cuento de amor? Podría ser. García Márquez escribió Ojos de perro azul en 1950. No era aún Premio Nobel de Literatura. No había escrito Cien años de soledad o El amor en los tiempos del cólera. Tendría entonces 23 o 24 años. No mucho más. Nadie hablaba de él. No le hacían entrevistas en los diarios. Ojos de perro azul escrito en las paredes amarillas del mundo. Una pareja se encuentra todas las noches siguiendo esa contraseña secreta y previamente convenida. Ojos de perro azul. Los dos están soñando. Ella se mira al espejo y el hombre mira fijamente una pared. La mujer se desnuda y él quiere tocarla. Ella le advierte que si la toca echará todo a perder. Los sueños son para ser soñados. Y si el hombre toca a la mujer, y ella desea en el fondo que lo haga, se romperá el hechizo. Los dos volverán a sus vidas rutinarias. No habrá ojos de perro azul sino ensalada de lechuga y tomate, un diario abierto en policiales, un beso forzado en la despedida. Pero la pareja del cuento comparte un sueño que ocurre en un cuarto donde seguramente debe haber una cama. Ambos protagonistas son conscientes de que apenas están soñando. Y saben también que solamente en el acto onírico es cuando de verdad están despiertos como nunca lo estarán en la vida.
L.
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