martes, 5 de julio de 2011

Décima y última conclusión


Decir a esta altura que nadie puede cambiar a nadie no es novedad. Quienes lo intentaron fracasaron. Algunas mujeres suponen que sus novios o maridos se dejarán moldear con el tiempo. Se esfuerzan para ello y algo consiguen. Pero no ha sido más que una pobre concesión. No cambian los novios y maridos. No cambian las mujeres. Y si alguien lo hace es resultado de un lento proceso interior en el que poco tienen que ver los de afuera. No podemos cambiar a nadie y tampoco puede enseñarse nada fundamental a ninguna persona. Los budistas resumían la idea en una espléndida máxima. Sé tu propia lámpara, decían. Cada cual debe aprender a tomar la luz de sí mismo y no servirse de la luz ajena. No tratar de parecerse a nadie. Los que disfruten de la literatura y la escritura no deben imitar a los clásicos. Ni deprimirse ante los genios. Quien quiera llegar a algo debe fundar la literatura nuevamente sin ignorar, claro, a los que nos precedieron. Y si no podemos cambiar a nadie tampoco podemos cambiar el mundo. Esto es así aunque duela. Pero podemos seguir el consejo de Rimbaud. Cambiar la vida. O el de Jean Paul Sartre. No importa tanto lo que hacen de nosotros sino lo que nosotros hacemos con lo que hicieron de nosotros.
L.

No hay comentarios:

Publicar un comentario