martes, 5 de julio de 2011
Novena conclusión
La angustia, la tristeza, incluso la desesperación, no son malas palabras. No debería sorprender, sin embargo, que la sociedad mediática y sometida las rechace tanto. Alcanza con mirar un poco los carteles publicitarios (destapá la felicidad, dice un cartel de cocacola) o con leer los mensajitos de aliento que gobiernan en facebook. Todo alegría, todo buena onda, pum para arriba o te mato. Ya tuvimos problemas en este blog por eso. O por ser oscuros, o por escribir para pocos, o por mostrar cierto grado de insatisfacción. El sólo hecho de aceptar el dolor de vivir y entregarnos a esa experiencia como quien se entrega a un duelo necesario puede ser visto hoy como un acto revolucionario y anticapitalista. Por eso y nada más que por eso tienen tanto éxito las nuevas biblias de autoayuda. Porque tiran buenas ondas, porque niegan, porque dicen eso que la gente quiere oír. Lo importante es quererse, las mujeres no deben amar demasiado, las personas de bien no deben juntarse con la gente tóxica, nadie tiene que autoboicotearse, todos debemos drogarnos con el combustible espiritual. Pero la autoayuda en realidad es sometimiento. Es obedecer las órdenes de un numeroso grupo de hipócritas. La autoayuda verdadera requiere a veces de una escucha analítica o, por lo menos, de un trabajo interior despojado de morales impuestas o metas edificantes. La alegría, el placer, la felicidad tampoco son malas palabras. Pero no basta mencionarlas para que el milagro se produzca. Hay que trabajar mucho y estar dispuestos, además, a fracasar en la búsqueda de victorias totales. La luna aprendió a convivir con sus cráteres y su lado oscuro. Tomemos entonces el ejemplo lunar. Y sepamos que sin esfuerzo no hay nada. Construir una pequeña flor es un trabajo de siglos.
L.
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