lunes, 5 de septiembre de 2011
Los viejos
Los viejos no existen. Casi nadie los ve. Son invisibles. Es más. Si alguien se toma ese trabajo posiblemente los insulte por andar lento, por no saber usar el cajero, por olvidarse de todo, por tener la cara arrugada, el culo caído, las tetas como bolsas que ya nadie usa. Algunos abuelos hasta se mean encima. Qué mal gusto. Los observadores, si es que queda alguno, no entienden que serán viejos algún día. Ni sospechan esa posibilidad. El anciano en cuestión tampoco. Es comprensible que los hombres de cincuenta o sesenta sigan sintiéndose jóvenes. Miran a las chicas por la calle no como viejos verdes sino como potros salvajes. Y es comprensible que actúen así porque muchos de ellos siguen siendo jóvenes más allá de las miserias del cuerpo. Saben que todavía hay hombres y mujeres de setenta u ochenta. Sólo cuando se llega a esta última edad empiezan a escasear los puntos de referencia más arriba. Los octogenarios se sienten pocos, es decir, solos, es decir, viejos. Y no es fácil sentirse así en un mundo que los ignora o los desprecia.
L.
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