miércoles, 14 de diciembre de 2011

La lentitud


No entiendo el apuro de la gente en estos días de sol y de lluvia. ¿Qué buscan los fabulosos corredores? ¿Qué o quién los espera al final del camino? ¿Cuál es el maldito premio que recibirán todos en Navidad y Año Nuevo? ¡Es tan hermosa la lentitud! Hermosa para cualquier cosa que se haga o se piense. Para el amor, para el sexo, para viajar, para no llegar, por fin, a parte alguna. Un año demoró el escritor uruguayo Felisberto Hernández en escribir La casa inundada, uno de sus relatos mayores. Un año trabajando cada página, cada párrafo, cada palabra, cada signo de puntuación. Ocho años le insumió al ruso Iván Turgeniev componer la novela Padres e hijos. Yo demoré unos 18 años en nacer. Y eso que mi verdadero nacimiento se produciría mucho después. Alrededor de quince minutos o más demoré en escribir este post. Y aún así el resultado es imperfecto, confuso, inútil. Pero qué hermosa es la lentitud. No existe una forma más veloz que esa para alcanzar lo inalcanzable.
L.  

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