Nos educaron en una única y sesgada visión de las cosas. Nos educaron en estereotipos, arquetipos, casos "emblemáticos", promedios, etcétera. No nos educaron para ver singularidades sino pluralidades. Nos enseñaron una sola historia y no la infinidad de historias que componen la existencia de cualquier comunidad. Entonces, claro, los negros tienen ritmo, las brasileñas son calientes en la cama, los alemanes muy ordenados y serios, los judíos mezquinos comerciantes, los españoles divertidos y simpáticos, los mexicanos inmigrantes o narcos, los argentinos creídos y jactanciosos, los franceses antipáticos... y así con todo lo demás. Esas generalizaciones absurdas nos dan tranquilidad para movernos sin miedo ni curiosidad por el mundo. Pero, a la vez, la mirada global y epidérmica nos vuelve finalmente idiotas, nos convierte en máquinas oxidadas, nos aleja del otro y los otros, nos aísla de lo singular, es decir, de eso que solamente es eso que es.
L.
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