Si pensáramos como todo el mundo, es decir, como lo que está aceptado casi masivamente con manitos levantadas en casi todas partes, estaríamos en problemas. En tal caso deberíamos mentir a los niños, en primer lugar, diciéndoles todo tipo de pavadas que sólo ayudarían a confundirlos más de lo que están. Habría que decirles por caso que la gente no se muere sino que está en las estrellas. Habría que explicarles que los bebés nacen con intervención de cigueñas, repollos y semillas que pone el papá en cierto lugar de la mamá, lo que puede llevar a pensar que dentro de la mujer crecerá un árbol o acaso una enredadera. Deberíamos aceptar como idea fuerza que los violadores deben ser castrados sin consulta previa ni intervención jurídica alguna. Tendríamos que llenar el país de cárceles, policías y militares, aunque sean corruptos, asesinos confesos y parte de la banda delictiva. Deberíamos matar al que mata, como propuso un día una conductora de tevé en la Argentina. Habría que afirmar sin pudor que los homosexuales son enfermos. Tendríamos que seguir diciendo, como en la Edad Media, que el sol sale y se pone, en fin, para pensar como todo el mundo habría que estar dispuestos a ceder en casi todo eligiendo el engaño y el autoengaño. Pero quien cede en las palabras, como advirtió Freud alguna vez, terminará cediendo, también, en los hechos. Conviene, a veces, circular a contramano.
L.
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