El egoísmo suele adoptar formas muy bellas y aún encantadoras. Algunos mezquinos de alto rango son buenos poetas y hasta marchan por las calles como lo hicieron siempre los que sueñan con un mundo solidario y justo. Oh sí. Se cubren de flores, clarines y banderas de la patria, hacen el amor con un altísimo grado de entrega y sentido de lo sagrado y alumbran la noche con luces de todos los colores. El egoísmo jamás se muestra en público como lo que verdaderamente es. Si lo hiciera la impresión general sería pésima. Por eso el egoísmo se disfraza de comprensión, de alegría, de ansias de cambio, de una imbatible preocupación por los otros y, sobre todo, de buenas maneras. Pero cuando el show termina y los egoístas regresan a casa, caen las ropas y las máscaras. Hay olor. Asoman las partes más oscuras y mejor cubiertas. Y el destino tiembla, oh sí, como un niño al descubrir las primeras heladas del invierno.
L.
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