Decía Séneca, el gran filósofo romano, que la verdadera causa de la ira y la desesperación de tanta gente es la esperanza alimentada en dosis excesivas. Tener expectativas altas sobre lo que va a pasar deviene, por lo general, en frustraciones inenarrables. Decía Séneca que una visión pesimista de la existencia, en cambio, prepara mejor a la gente, al menos psicológicamente, para aprender a soportar las cosas que no salen bien, los planes que no se cumplen, las ilusiones que fracasan. Séneca debió suicidarse por orden del emperador Nerón, quien fuera su discípulo. El filósofo lo hizo en calma y sin lágrimas. Ya había dicho él mismo que de nada sirve llorar por un momento cuando toda la vida es, en rigor, una especie de llanto eterno. Con lucidez inusual Séneca aplicó su filosofía a sí mismo y de ese modo, de paso, nos enseñó a vivir más felices por el solo hecho de no esperar eso que el mundo no puede ni quiere ofrendarnos.
L.
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