lunes, 12 de noviembre de 2012

Fumadores

El fumador conoce de sobra el daño que puede causarle el cigarrillo. Lo sabe perfectamente porque un médico se lo ha dicho o porque lo ha leído en alguna parte. Por eso resulta inútil insistir por ese lado. Hay algo más fuerte que el saber y es la ignorancia. Y hay algo todavía más poderoso que la ignorancia y es el goce o la satisfacción inmediata. El fumador es un adicto al veneno y, secretamente, dedica una energía enorme al objetivo inconsciente de morir antes de tiempo. Parece una locura pero así es. Lo más grave es que los fumadores disfruten del cigarrillo delante de personas no fumadoras. He visto madres embarazadas fumando, es decir, poniendo en grave riesgo la sobreviviencia del bebé. He visto a padres fumar en familia. Al hacerlo, esto también se sabe, convierten a sus seres presuntamente queridos en fumadores pasivos, es decir, en gente lista para contraer dolencias mortales sin haber dado jamás una sola pitada. ¿Y a qué viene este discurso tan obvio, tan largo y tan inútil? Pensaba en las multitudes que de tanto en tanto salen a fumar en las calles de Buenos Aires. Pensaba en el odio irracional y tan amenazante de esos hombres y mujeres que carecen de argumentos pero fuman en las calles hasta llenarlas de humo. A la larga no sólo se harán daño a sí mismos sino que convertirán a los cuarenta millones de argentinos en enfermos terminales. Ojalá no pase. Ojalá.
L. 

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