Es interesante comparar al Quijote de Cervantes con Emma Bovary, la desangelada protagonista de una célebre novela de Flaubert. El contraste resulta notable más allá del tiempo y el contexto que media entre ambas obras. A fuerza de leer novelas de caballería Don Quijote acaba por considerarse caballero andante. Emma, envenenada de novelas románticas, se identifica demasiado con las heroínas. Hay sin embargo una diferencia notable entre ambos personajes. Quijote resuelve sus fracasos en el ámbito de la locura. Para él los molinos son gigantes y punto. El caballero de la triste figura supone que tiene el poder de transformar el mundo exterior hasta reducirlo a la dimensión de sus sueños. En Emma Bovary se produce el fenómeno contrario. Su experiencia de vida amorosa va recortando la ilusión. Y cuando soñar le resulta ya imposible (cuando se da cuenta de la pequeñez de las pasiones que el arte exagera) supone que la vida es inútil y se mata. La existencia se había convertido para ella en una gran estafa. Cervantes, en resumen, elabora una teoría de la salvación desafiando "lo normal". Flaubert busca por otro lado y convierte la tesis del desengaño en una filosofía de la ilusión. Ningún camino es ideal. Ningún camino es errado.
L.
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