domingo, 18 de noviembre de 2012

¿El infierno son los otros?

La frase, así traducida al español en múltiples versiones, pertenece a Jean Paul Sartre. El infierno son los otros. ¿Es exagerada? Veamos. A los no griegos los griegos los llamaban bárbaros, es decir, seres que se vestían raro y emitían sonidos balbuceantes e incomprensibles. Y dado que no había manera de entenderlos lo más indicado era expulsarlos, en el mejor de los casos, o directamente eliminarlos. Para separarse de los Otros, los romanos levantaban grandes redes de fronteras fortificadas. A quienes llegaban de ultramar los chinos los llamaban yang kui, o sea, monstruos marinos. Y también los combatían. Las últimas versiones cinematográficas de Batman y James Bond proponen un enemigo malo, muy malo, entre árabe y terrorista, a quien los buenos vencen en las últimas escenas. Cada uno de nosotros tiene a su vez un bárbaro en su agenda de enemigos. Frente al otro, cualquier otro, pueden hacerse tres cosas. Ignorarlo es una de ellas. La otra es eliminarlo. La última es tender un puente hacia el prójimo próximo o lejano. Y no un puente virtual sino material, real, palpable. Acercarse, tocar, incluso amar. Esta opción no parece imponerse. Entonces sí. El infierno son los otros y, de ese modo, el mundo elige un suicidio elegante y puro. Distinto sería todo si los hombres y las mujeres dejáramos de vivir rodeados de espejos y los cambiáramos por vidrios transparentes que nos permitan ver la otredad. El paso siguiente consistiría en romper el vidrio.
L.

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