lunes, 16 de junio de 2014

Velo invisible

Auguste Renoir (1841-1919) creía que en el futuro sería admirado por sus pinturas de mujeres desnudas. Curiosamente quien se detenga a ver sus cuadros observará que las figuras femeninas de sus cuadros jamás están desvestidas del todo. Lo que las rodea está cubierto por un velo invisible. El artista ilumina la sinuosa carne expuesta, la piel, la luz que juega con ellas. A veces los desnudos de Renoir parecen castos. Se ven hombros, pechos, muslos, pies, montículos, hoyuelos, pelitos. El observador se maravilla con la suavidad y la tibieza que parecen emanar de la tela. Pero el conjunto se diluye al fin debido a que la figura humana se oculta eternamente en la acción artística. ¿Por qué atraen tanto los desnudos? Quizás en medio de la soledad colectiva e individual que avanza en el mundo se haga necesaria, a la manera de un conjuro, la cálida presencia de cuerpos, ya no de fantasmas, para consolarnos, fortalecernos, alentarnos o inspirarnos. Lo visual, se sabe, desempeña un papel importante en la existencia de muchos animales. La pornografía explota ese dato para imponerla en los humanos que aún no superaron la condición brutal. Como sea y por lo que sea. Pero la visión de pechos, genitales, ombligos, muslos o nalgas sin velos adquiere a veces una categoría inexplicable. La atracción del desnudo es poderosa al comienzo. Pero decae tras unos minutos de contemplación. La sexualidad humana no se basta a sí misma con la pura exhibición. Ni siquiera el alma desnuda, un imposible, garantiza nada especial en tal sentido.
L.

No hay comentarios:

Publicar un comentario