Hay algo en cada uno de nosotros que no se adapta a ningun orden, a ningún poder, a ninguna persona, a ninguna influencia por poderosa que sea. Y ese algo es el deseo. Es lo que abre las puertas de la libertad individual y colectiva. El deseo es revolucionario. Naturalmente se opone a quienes pretenden controlarlo o encausarlo. Tampoco el deseo sexual se deja moldear. Tampoco la vocación oculta. Tampoco lo que nos da miedo o vergüenza. Si cedemos ante el deseo todo lo demás puede derrumbarse. Si no cedemos florecerán mil flores. Esto es así aún sabiendo que la opción incluye una cuota inevitable de angustia y dolor. No hay satisfacción plena sino apenas parcial. Pero la ley del deseo instaura el divino reino del ojalá. Y ese país está habitado por la única felicidad posible y alcanzable.
L.
No hay comentarios:
Publicar un comentario