lunes, 8 de septiembre de 2014

Visita


Paula está por llegar y entonces veo con atención inusual el panorama con el que va a encontrarse al primer golpe de vista. El balance general es, lo confieso, desolador. Todavía no me bañé, debajo de la cama hay matorrales de pelos de distinto origen, ollas y platos sucios en la cocina, libros por el suelo, papeles y más papeles hasta en el patio. Falta menos de una hora para la visita anunciada. Luego me veo al espejo y las cosas no están mucho mejor. No me bañé aún, está sucia la ropa que llevo puesta, están sucias las medias y hasta el calzoncillo verde parece haber ganado el primer premio en un concurso de manchas. No riego las plantas desde hace un mes. La heladera está vacía. Ni yerba tengo ante la posibilidad de que surja un mate. Me pongo a trabajar como nunca. Me baño para Paula, barro para Paula, limpio los platos y perfumo el ambiente para ella, o, quien sabe, también para mí. Hasta salgo de compras en un impulso alocado. Concluyo al fin que la visita anunciada era necesaria. El mundo de los hechos reales se me impone con urgencia. La casa estaba en ruinas hasta que Paula anticipó su llegada. Ya no puedo volver atrás. Es ahora o nunca. Tocan a la puerta.
L.

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