Las buenas preguntas, como los buenos amores, nacen de la sabiduría y no de la ignorancia. Se nutren de una curiosidad genuina por la persona abordada, por su historia, su cuerpo, su alma. Nacen, en fin, de un interés real así sea inexplicable y oscuro. En esto las preguntas se comportan como el deseo. Quieren avanzar, realizarse, buscar cierto grado de certeza y satisfacción. Las buenas preguntas son buenas porque no gozan con las respuestas ya sabidas o intuidas. Al contrario. Disfrutan apenas del asombro ante lo inesperado. Las buenas preguntas actúan como hombres y mujeres en celo. Quieren ver qué se esconde bajo la ropa. Y lo que ven, claro, nunca alcanza. Porque nada ni nadie se desnuda por completo. Las buenas preguntas, como los buenos amores, nacen del misterio y en él se precipitan. ¿Por qué? Porque sólo el misterio las hace vivir.
L.
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