Vivimos generalizando. Somos sabios indiscutibles. Las mujeres son putas, los hombres básicos, los niños un amor y los perritos un tesoro. Implantamos leyes totales y aplicables a todos ahí donde no las hay. Decimos los políticos. Decimos las nuevas generaciones. Decimos la música ochentista. Decimos que los negros tienen ritmo y que en Brasil la gente es alegre. Nos basamos en teorías infalibles para calificar una situación que sólo puede entenderse en sí misma. Pero no es así la vida. No lo es de ninguna manera. Todo o casi todo es excepcional y singular. No hay los bebés. Hay un bebé con tal y cual característica. No hay gente buena o mala. Hay gente. Menos aún existe la típica chica de barrio. ¿Qué es eso? ¿Y la gente tóxica? ¿Cuál es exactamente? ¿Dónde vive? ¿Qué come? Ni siquiera los buenos médicos aplican todo lo que saben y con todos los pacientes en el consultorio. No hay enfermedades sino enfermos, dijo un cardiólogo. Y Freud fue todavía más allá. Escribió una vez que si la vida le demostraba que sus teorías estaban erradas, él, Sigmund Freud, estaba dispuesto a abandonarlas a todas. ¿Por qué tanto miedo a lo propio de casa cosa? ¿Para tranquilizarnos? ¿Y después?
L.
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