Si nuestra vida se limitara a lo exterior, es decir, oficina y familia, televisión y celular, obediencia, computadora y horarios, qué triste sería. O no. Sería una base necesaria pero insuficiente. Reducir la existencia a un único cielo, un único escenario, la máscara de siempre con la sonrisa torpemente dibujada es, a todas luces, insuficiente. Quien se construye una vida interior, en cambio, goza de una vida doble, acaso más rica e interesante. Es, sería, una especie de mundo clandestino como el de la ropa interior. En la calle nadie la ve. Pero por algo la usamos y escondemos sin que se note. A diferencia del calzoncillo, la bombacha y el corpiño hombres y mujeres no deberíamos quitarnos nunca la vida interior.
L.
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