Intentamos con Paula recordar nuestro viaje a Tierra del Fuego. Eso fue en octubre o diciembre de 2013. Salimos a la calle y nos preguntamos algunas cosas. Parecía un juego inventado a los fines de hacer más corto el camino. Vimos la cabeza de un lobo marino asomando en el amarradero cercano a la ciudad, empezó Paula. Quizás no era un lobo sino una foca, advertí. Paula hizo un gesto de fastidio. A mi vez recordé cuando cerca del cerro Guanaco nos topamos con un zorro anaranjado. Paula mencionó otro detalle. Nos habíamos perdido en el bosque y fuimos a parar al extremo de una roca muy alta. Propuse saltar pero ella se negó. Si querés matarte hacelo solo, disparó con firmeza. Hubo un silencio de pelea. Recordamos también a un hombre y una mujer que, en la cabaña pegada a la nuestra, gritaban demasiado cuando hacían el amor o como se llame eso que hacían. La mujer más que el hombre. Paula y yo somos silenciosos. Otro día el agua del canal se retiró y fuimos a sacar fotos de las piedras y de los los árboles bandera. Se los llama así porque el viento los inclina como si fueran viejos con problemas de columna y así quedan. Como flameando. Volví sobre mis pasos pensando que el viaje sería olvidado por completo alguna vez.
L.
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