La rutina del lenguaje suele presentarse hoy como franqueza, como hablar desde el alma, como decir la verdad verdadera de las cosas. Eso se percibe por ejemplo en la utilización de palabras obscenas. La gran civilización de la injuria o la agresión verbal ha quedado reducida en la actualidad a la repetición de mediocres estereotipos. Detrás de una aparente falta de prejuicios puede esconderse la más retrógrada de las mentalidades. Conviene por eso estar alertas cuando alguien nos habla de la virtud de hablar francamente o desde el alma. Esto último suele traducirse casi siempre en pereza mental, chatura, obviedad. Si algo hay que hacer es preocuparse porque las palabras, buenas o malas, no pierdan su fuerza original. Vale solamente el lenguaje que indica un esfuerzo por volver a pensar las cosas. Hay que desconfiar por ello de las expresiones comunes por más que sean dichas en nombre de la sinceridad o la franqueza. La meta es liberar el lenguaje y la vida de la rutina, la frase pronunciada diez mil veces, aquello de hablar como habla, sí, todo el mundo.
L.
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