Tres segundos dura la memoria de los peces. En ese lapso mínimo cabe apenas una esquina, el rasgo de una cara, la desvencijada sombra de un coral. En un relámpago de agua los peces recuerdan algo que han visto quizás toda la vida. Y luego, como es natural, niegan lo ocurrido. Ellos nadan felices como ciertas mujercitas nimbadas de encanto y avanzan disparados por un arquero ciego. Los peces son líneas trazadas más allá de la distancia. Lo que sigue en la oquedad significa poco para ellos. Un cangrejo es una mancha. Y la noche del mar brilla tanto como el sol. Los peces son víctimas fatales de la brevedad y el desconcierto. No entienden el sentido del anzuelo antes de morder. La explicación es simple. Tres segundos no alcanzan para nada. Los peces viven lo que viven debido a su ignorancia. Y mueren olvidados de sí mismos. Y mueren sin historia.
L.
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