Quien lee bien, pero sobre todo quien escribe de manera cotidiana, se dota naturalmente de una dobla vida. Sus días ya no son apenas sus días sino también los de los personajes de ficción que ha conocido, las historias imaginadas, los sueños imposibles. Lo que antes era un único ser se convierte en una multiplicidad de seres al estilo de los heternónimos de Fernando Pessoa. Y quien mediante la literatura o el arte vive una gran ficción -como la de Quijote, la de La Maga o la de madame Bobary por ejemplo- vuelve a la vida cotidiana con una sensibilidad mucho más alerta ante las limitaciones e imperfecciones del mundo real. Todo se vuelve más claro lo que no necesariamente significa volverse más feliz. Esto último no debería ser motivo de preocupación. La felicidad nunca hizo feliz a nadie.
L.
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