Vuelvo a la menuda figura de Lenna derivando por el bosque. La veo en un monte cubierto de plumas que al quebrarse exudan leche densa y pegajosa. Lenna soltándose el pelo para volver a sujetarlo. El aire inquieto acecha en la intemperie. Sus piernas blancas. La corteza llena de mensajes. Un alambre golpea el mástil. Troncos recién talados al pie del santuario y la callada amenaza del sol en el abismo. Los jinetes continúan en máxima tensión. Ella alcanza una rama larga, la libera de espinas y se dirige hacia un claro junto al río lento y turbulento. Un vendaval de flores la protege del mundo. La caminata se desvía en un soplo de niebla. Tal vez haya una cima, un sendero de tablas partidas por los carros, el inútil aullido de un perro. Bajar al pozo y jugar con nieve o ceniza. Descubrir panales antiguos en los huecos, una forma de oso agitada en la espesura, el beso negado. Toco la fruta con la lengua y se deshace lentamente. No voy a llorar por un amor acabado, dice Lenna en la partida.
Y yo la veo alejarse de todas las orillas.
Y yo la veo alejarse de todas las orillas.
L.
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