Qué raro se la oye y se la ve desde lejos, en medio de tanto viento y el inaudible silbido de las balas, manos de lana de los muertos empujados río arriba. Desde el Magdalena se la escucha, su voz, los temblores de agua, su estar ahí tan leve, el sexo aturdido por los vientos dominantes y rasantes, las bacantes de guerrillas cercanas y cercadas, la canción que suena desde el Putumayo como un tornado que arrasa con las niñas y la tierra. La voz ronca esta mañana, respiración entrecortada y a orillas de un mar vacío, sonando hacia adentro y tan lejana, la gama sonora que alguna vez fue limpia y afinada como las teclas de un piano cerrado para siempre. Asamblea de almas y de cuerpos, el sonido mudo y tan azul, absurdo y persistente. Desde lejos se siente el balbuceo a pesar de los vientos casi humanos, las corrientes, el silbido de las balas contenidas como flores en un ramo que apunta, sí, directo al corazón.
L.