lunes, 31 de marzo de 2014

Linchamientos I


La disposición asesina que demuestran los buenos vecinos de Buenos Aires y otras ciudades arranca de suponer que hay personas que no son tales. Las víctimas serían apenas cuerpos matables. O meros objetivos, como dicen los militares. Desde esa visión no son personas sino bolsas de basura. También negros y cacos, como se lee en las redes sociales y en los comentarios de tiernos lectores de las noticias vertidas por la prensa canalla. Villeros, putos, peruanos, bolivianos y demás estigmas de moda que tanto gustan en la comarca. Los niños y adolescentes que incurren en el delito, o son sospechados de ser malos, pueden por ello ser golpeados hasta la muerte por la turba de bien pensantes. Cualquier intento de discutir esos actos de barbarie resulta inútil. Hasta la madre de David Moreyra, el adolescente asesinado días atrás en Rosario, se vio obligada tristemente a decir que la matanza de su hijo a manos del vecindario es injusta dado que David "era inocente...no hizo nada...". ¿Y si hubiera hecho algo estaría justificado su asesinato? ¿Será que estamos volviendo alegremente al ojo por ojo y diente por diente del Antiguo Testamento? ¿Y todo para qué? ¿Para hacer justicia? ¿Para que disminuya el delito? Está probado que ni la cárcel ni la pena de muerte colabora en tal sentido. La respuesta a los interrogantes planteados es otra. Los linchamientos se producen para apagar en parte la sed de venganza y horror que anida en los hombres y mujeres de la patria. Admitamos de una vez que más allá de la invalorable ayuda mediática al descuartizamiento masivo, cada uno de nosotros esconde o encubre a un asesino potencial. Cuidado. El monstruo está adentro y asoma por los ojos.
L.  

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