Hay diez mil razones para no iniciar una terapia psicoanalítica. Es cara, los analistas preguntan cosas molestas, se pierde tiempo, mejor hablar con un amigo o tomar un energizante, etcétera. Hay una sola razón para hacerlo. La terapia psicoanalítica es uno de los pocos espacios de nuestra sociedad que aún se ocupa de la verdad. Casi todos los demás promueven la mentira y el autoengaño en todas sus formas. La terapia, en cambio, instala en el paciente una zona de ignorancia en relación con los síntomas que aparecen. La pregunta inmediata es qué tengo que ver yo con lo que me pasa y padezco. El paso siguiente es buscar la verdad que se esconde en algún lugar del paciente que este último naturalmente ignora. El proceso es largo y complicado. Pero no hay otro. Por eso los que defienden esa práctica aún a riesgo de quedar mal en las reuniones sociales suelen insistir en que no existe nada más subversivo, hoy, que el psicoanálisis como puente directo o indirecto a la verdad del sujeto, es decir, al deseo en su expresión más pura, desocultadora y estimulante.
L.
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