No me gustan los manifiestos ni la rutina aplicada a los aniversarios. Podría apenas decir que un día como hoy, hace 38 años, yo era joven y comunista. No estaba perdido en la vida. Luchaba por la revolución y el socialismo. Y no era el único. Los severos comunicados de la junta militar se sucedían y un vecino de entonces me llevó a ver qué pasaba en el centro. Había en las esquinas un silencio de muerte. Pero los negocios de la avenida Santa Fe destilaban alegría. No había mesas libres en las confiterías. Es cierto que no veníamos del paraíso. El desgobierno fascista y bipolar de Isabel y López Rega había llegado a un punto extremo. Unas tres mil personas habían sido fusiladas en las calles por la triple A. La economía saltaba por los aires. Muchos llegaron a pensar que un poco de orden no vendría mal. Y todo así. Con la última dictadura perdí buenos amigos y compañeros. Al negrito Avellaneda, a un joven obrero de una empresa automotriz, a un escritor que vivía frente a mi casa y lo arrancaron de la cama tras destrozar su casa y robar todo lo que había adentro. Mientras los militares se desplegaban y apuntaban sus armas desde los jardines, los vecinos del barrio dormían o se hacían los dormidos. Perdí también a Eleonora, ninfa de los bosques, a José Flores, un estudiante secuestrado para siempre el 9 de setiembre de 1976, a Valeria. En algo andarían, decían los buenos ciudadanos. Algo habrán hecho. Creo que los de hoy dicen o dirían lo mismo pero en voz más baja. El día se presenta brillante. Algunos argentinos de ley ya compraron carne para el asado. Carne venosa y roja. Carne rasgada y fibrosa como el tiempo. Los nuevos filósofos y periodistas están hartos del recuerdo. Debemos mirar hacia adelante, ordenan. Sólo y solamente hacia adelante. ¿Queda algo por decir? Sí. Tres palabras permanecen vivas e intactas. Memoria, verdad, justicia.
L.
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