domingo, 16 de marzo de 2014

Algo habrán hecho


Hasta ayer a la tarde, frente al edificio donde vivo, se alzaban dos árboles altos que de pronto dejaron de ser. Supongo que se trataba de un pino o acaso una variante de conífera difícil de identificar. El otro era un jacarandá de los que ya no abundan. No soy experto en botánica. Puedo equivocarme. Los hombres llegaron con sierras sonoras y potentes. Trajeron también sogas y un camión enorme para llevarse los restos. De inmediato procedieron a derribar a esos dos gigantes cuyo único delito había consistido en generar sombra en días de calor, o prestar sus ramas y hojas a los pájaros, o embellecer en parte la vista general que se ofrece a las ventanas. ¿Por qué los talaron? ¿Qué daño le hicieron el pino y el jacarandá a los hombres de la soga, la sierra y el camión? El filo giratorio no encontró resistencia. Tampoco los vecinos dijeron nada. Había cosas más interesantes de ver en las pantallas planas que permanecen encendidas en los departamentos. Yo mismo, con mi desconcierto inútil, fui cómplice del derrumbe que, en pocos minutos, sacudió al barrio entero. Me quedé mudo ante el espectáculo. Dos árboles, un pino y un jacarandá, ya no están en donde estaban. Quizás los hombres encargados del talado no sean responsables. Quizás cumplían órdenes de funcionarios destacados en la comarca. Obediencia fiel. Ciudad libre de ramas. El desierto como sistema de vida. Debe ser eso, sí, eso mismo. Tal vez los árboles talados hayan merecido ese triste final. Con toda seguridad algo habrán hecho. 
L. 

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