Ya no quedan largavistas en stock. Se venden a veces por millares y entre todo tipo de personas. Los compradores quieren saber qué hacen los vecinos del edificio de enfrente. Y del otro y el otro y el otro. Quieren saber si se bañan si se ensucian si hacen el amor o lo deshacen si están descompuestos o compuestos. El vecindario está excitado frente a las opciones disponibles. La gente está aburrida y no tiene planes propios. Ni un solo proyecto. Ni el más mínimo interés al margen de espiar a los otros. Entonces largavistas, lupas, telescopios reflectores y refractores. Debe haber algo interesante allá lejos. Con toda seguridad lo lejano deslumbra más que lo cercano. Y una vez observado lo observado el feliz poseedor de instrumentos ópticos podrá hacer comentarios, llamar a la policía, promover condenas morales y otros divertimentos en boga y sin toga. No hay ni habrá en el mundo derecho a la intimidad. Largavistas. Sólo eso.
L.
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