Aparece un momento en la existencia donde todo o casi todo se pone en duda. Nadie puede escapar de ese momento aunque se lo intente eludir de cualquier manera. Se empieza a dudar de la vocación, de los propios valores, de la pareja, de los amigos, de los viajes, de las ideas políticas, de los gustos literarios o musicales. No se ponen en duda los hijos. Eso no. Y aún en los instantes de mayor desequilibrio y desaliento la vida sigue ocupando un primerísimo lugar.
L.
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