La culpa de mis fracasos se debe fundamentalmente a las distracciones. Abandoné la carrera de Letras porque me aburría en las clases y me la pasaba mirando pájaros por la ventana. Eso impidió concentrarme en el Siglo de Oro español, y, también, en la materia Semiología II. Algo similar ocurrió con mi vida amorosa. Me olvidaba de una cita clave con una mujer y me quedaba leyendo el tercer tomo de El señor de los anillos. El poder de ese libro fue hipnótico para mí. Pero la chica se enojaba y así terminaba el vínculo. Lo mismo con todo lo demás. Me distraje en los trabajos, me perdí en los viajes, no pude concentrarme en las reuniones sociales. Distracciones, ventanas abiertas, una hoja de papel de diario agitada por el viento, un recuerdo inoportuno en el mejor momento. En ese tipo de cosas radica el origen de mis fracasos.
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