domingo, 9 de marzo de 2014

Elogio de la convicción


Dudar es la base primaria del saber. No se concibe un verbo sin el otro. ¿Pero cómo estar seguros de que lo que creemos conocer es así realmente? ¿Acaso no podría ser de otra manera? La respuesta a ambos interrogantes está en investigar a fondo el asunto en cuestión, mostrarse dispuestos a cambiar de idea en caso de que sea necesario, buscar los mejores caminos de acceso a la verdad. ¿La verdad absoluta? De ningún modo. Apenas podemos alcanzar certezas mínimas. Tres meses antes de morir, entre febrero y marzo de 1984, Michel Foucault dictó en Francia un seminario sobre el tema. Lo tituló el coraje de la verdad y fundamentó esa valentía en la disposición de las personas a no pensar como piensa todo el mundo, o, al menos, el grupo de pertenencia de cada cual. Foucault radicalizó como nunca sus revulsivas posiciones. Dijo que las opiniones falsas enferman el alma humana y llevan al derrumbe. Y que por lo general las visiones falaces suelen basarse en "opinar como opinan todos" y no en una búsqueda que se inicia como experiencia interior (ocuparse inicialmente de uno mismo, diría Sócrates) y termina como resultado del coraje de compartir lo conocido o aprendido con o a pesar de los otros. Y de sostener la convicción así obtenida hasta el final. 
L.

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