domingo, 30 de marzo de 2014

Linchamientos II


En septiembre último un tribunal de La Matanza, provincia de Buenos Aires, absolvió a cuatro vecinos por la muerte a palazos y patadas de un casi niño de 15 años, Lucas Navarro, al que atraparon cuando quiso robar un auto con una pistola de plástico. Como quienes lo golpearon eran más de cincuenta, y ningún testigo accedió a identificarlos, los jueces concluyeron que no podían establecerse responsabilidades. El sábado anterior, en el barrio Azcuénaga de Rosario, medio centenar de vecinos golpearon a David Moreyra, un albañil de 18 años, acusado de arrebatarle el bolso a una joven. David fue tomado de los pelos por la turba y llevado al medio de la calle donde lo patearon hasta la inconsciencia. Moreyra murió al cabo de cuatro días y no hay testigos dispuestos a contar lo sucedido. La última semana otros dos linchamientos sucedieron en el barrio Echesortu, de Rosario, y en el barrio San Martín de la capital provincial, Santa Fe. En ambos, hordas de misericordiosos vecinos golpearon a dos adolescentes, uno acusado de quitarle la cartera a una señora, el otro de robar una moto. Transeúntes que pasaban, comerciantes de negocios vecinos y amigos alertados por las redes sociales se sumaron al linchamiento. Los hechos mencionados demuestran mejor que nada que el horror no está afuera de la sociedad sino dentro de ella. La complicidad civil con la represión de la última dictadura militar adopta ahora la barbarie como solución final. La guerra es general, como diría Heráclito. Ricos contra pobres, pobres contra ricos, pobres contra pobres. Todo esto alentado hasta el extremo por los medios hegemónicos de comunicación y por candidatos en campaña que hablan para la tribuna. La justicia por mano propia no funcionó en la prehistoria y tampoco ahora. Algo está demasiado claro. Habrá que cuidarse de los buenos y los justos, temibles primitivos enemigos de la vida.
L

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