domingo, 31 de agosto de 2014
Caballero andante y anhelante
Antes de convertirse en caballero andante y anhelante Don Quijote de la Mancha consideró fundamental enamorarse. Detrás de esa pretensión no había nada carnal, erótico o sexual sino una visión idealizada y lírica de lo femenino. Además, pensó el mismo, un caballero sin amor es como un árbol sin hojas y sin fruto, o, también, como un cuerpo sin alma. Guiado por esa imagen divinizada el hombre se topó con una campesina del lugar llamada Aldonza Lorenzo, un nombre inadecuado por donde se lo mire. Hasta él se dio cuenta del problema y de inmediato la re-bautizó como Dulcinea del Toboso, ahora sí, la dama perfecta para ser objeto de un amor tan puro y cortés como imposible. Una vez resuelta la cuestión el caballero andante y anhelante se cruzó con dos rameras en plena actividad que confundió con dos hermosas doncellas que retozaban alegremente en un castillo. Las chicas reían de ese hombre ya viejo y sumido en un estado enfermizo y desastroso, aunque dotado de un discurso poético que no dejó de asombrarlas. Luego del cruce con las damas endiosadas Don Quijote sólo pensó en lanzarse a la aventura para después, quién sabe cuándo, poder arrodillarse frente a Dulcinea con la adarga en el suelo y la mano en el pecho como corresponde a la alta investidura de un caballero errante, anhelante y derrotado.
L.
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